2005 *
La economía de Venezuela es muy simple en sus fundamentos. Por desgracia es un sistema económico muy especial que no es tratado por los textos clásicos que aprenden nuestros alumnos de Economía en el país y en el exterior [1]. Comencemos por lo esencial.
En un trabajo de 1980 B. Mommer calculó cuidadosamente el trabajo en horas que hay en un barril de petróleo y lo comparó con la cantidad de horas de trabajo contenida en los bienes que obtenemos por él en el mercado internacional [2]. La relación es en general superior a 4. Es decir, el país, debido a que en su territorio hay petróleo, recibe por lo menos el producto de 4 horas de trabajo por cada una que da. Puede ser mucho más (8 ó 9) en épocas de precios altos. Dicho sin eufemismos: somos un país parasitario en trabajo. Si, dejando de lado la simplificación marxista de que el valor es producido sólo por el trabajo, tenemos en cuenta que en la formación del valor interviene la capacidad científica, tecnológica y organizativa, que importamos dando muy poco en retribución, la diferencia es aún mayor. Cuando un venezolano formado en el país gracias a esa renta que recibimos del exterior se queda en el exterior contribuyendo al desarrollo de otro país que se ahorra su formación, o cuando científicos venezolanos hacen, gracias a las facilidades que se les dan, una contribución científica que beneficia más a otros países que al nuestro, o cuando un empresario que ha acumulado dinero en el país lo envía al exterior, esto puede considerarse, desde un punto de vista internacional, desapasionado y objetivo, como una pequeña compensación de aquella continua asimetría en el intercambio. Es duro, pero esencial, reconocer esta verdad.
El otro punto básico de nuestra economía es que esa renta petrolera entra exclusivamente al gobierno y en forma de divisas, es decir de capacidad de importar. Esto, dejando ya de lado la cuestión del parasitismo, parece justo nacionalmente. El dueño de recurso petrolero sería el pueblo de la nación y el producto obtenido por él debe ser administrado por el gobierno que lo representa. Desde la nacionalización se ha discutido y peleado por decidir si una parte de esa renta le corresponde distribuirla a la empresa que lo extrae. Ésta, gracias a su eficiente organización y superior conocimiento, se independizó mucho del estado accionista y se convirtió en un nuevo centro de reparto. En el 2003 el estado controló la empresa a costa de reducir su eficiencia. Con el tiempo puede que se independice otra vez. Es una tendencia de la gerencia de toda gran empresa.
En la práctica la administración de todos nuestros gobiernos ha sido un reparto de la renta petrolera misma y de los impuestos al trabajo nacional privado, cuyo mantenimiento depende fuertemente de la capacidad de importar y de las subvenciones directas e indirectas generadas por aquella renta. Esto ha dado un poder extraordinario al gobierno y una gran intensidad a la lucha para entrar en él (y antes en PDVSA), es decir para entrar lo más alto posible en la pirámide de repartidores.
Este sistema, que llamamos rentismo distribucionista ha pasado por varias modalidades. Brevemente: Militar autocrático (Gómez, 1928-1935); militar institucional (López y Medina, 1936-1945); político exclusivista (Betancourt y Gallegos, 1945-1948); militar dictatorial (Pérez Jiménez, 1949-1957); político multipartidista centralizado (políticos del pacto de Punto Fijo, con un intento, al final, de descentralización, 1958-1998); militar populista centralizado (Chávez, 1999) hasta el presente. Este último gobierno ha llegado a controlar totalmente a la empresa petrolera y la distribución de divisas, potencialmente, a toda la economía y ha elevado al máximo el reparto de la renta. Todos estos sistemas rentistas de reparto han tenido rasgos comunes:
1. Han buscado apoyo político usando el reparto de la renta petrolera.
2. Han formado un aparato de distribución (pirámide de reparto), por vinculaciones entre funcionarios, socios, familiares, clientes políticos, militares, banqueros y empresarios protegidos.
3. Como consecuencia de esto, aunque hayan comenzado por un reparto más equitativo, han hecho al consolidarse la pirámide, un reparto muy desigual, produciendo enormes diferencias de ingreso y por tanto grandes diferencia de riqueza, nivel de vida, información, oportunidades y poder.
4. Cuando el sistema de reparto ha durado un tiempo el sistema se ha transformado en un aparato de apropiación, apropiándose cada vez más, distribuyendo cada vez menos en su base y aumentando la desigualdad. Nuestros estudios [3] muestran que esta transformación es una evolución inexorable de todo sistema de reparto y sucede a pesar de las buenas intenciones de algunos dirigentes. El aparato de reparto crece hasta absorber todos los recursos dentro de sí mismo.
5. Otra consecuencia (confirmada por la historia de las modalidades mencionadas) es que, cuando el sistema de reparto se ha transformado en uno de apropiación, se vuelve cada vez más exclusivo, deja afuera a más y más parte del pueblo. El gobierno que lo comanda, acusado de corrupto, queda en peligro de caer. Si es sustituido por un nuevo sistema de reparto de distinta gente y de igual carácter rentista, queda condenado a igual evolución. No puede resolver el problema de la pobreza.
6. Por último la otra característica básica es su absoluta dependencia del consumo petrolero mundial. Si se desarrollaran fuentes de energía alternativas todo el sistema decaería o colapsaría. La historia de casos semejantes muestra que es peligroso depender de un atraso científico particular. Este suele ser transitorio. Y el parasitismo no se tolera mucho tiempo.
7. Las oscilaciones del precio petrolero producen ciclos: gran reparto que se construye en las subidas y endeudamiento estatal y devaluación para proseguir el reparto en los descensos.
No hay aquí espacio para discutir las consecuencias sociales y políticas del rentismo distribucionista (Ver[3])). Los más notables son: Arbitrariedad en los proyectos y trabajos que se desarrollan; pugnacidad política (si tu recibes más yo recibo menos); irrespeto a la propiedad (se supone mal habida); despilfarro, el país no quiebra aunque la política económica sea arbitraria e ineficiente; corrupción generalizada, inevitable en los sistemas de reparto; productividad baja pues se recibe mucho dando poco; centralización política, que facilita la apropiación al repartir y dificulta el control por los de la base de la pirámide. No todo es negativo. Han habido progresos notables en educación, salud, obras públicas, instituciones, investigación y hasta 1992 en la producción privada. Han habido también intentos de descentralización (1992-1998). Todas estos progresos han estado subordinados a proyectos de reparto que los distorsionan. Lo más grave es que todo ese progreso en instrucción y desarrollo empresarial no ha logrado una economía independiente. Cuando el desarrollo producido ha sido suficiente (la llamada siembra de petróleo) ni los receptores de la renta ni sus distribuidores han sido capaces de pasar a la etapa de cosechar lo producido mediante un proceso de selección y exigencia que acompañe, cada vez más rigurosamente, al reparto y la protección. Sembrar sobre lo sembrado arruina las posibilidades de una economía independiente.
Tampoco podemos extendernos aquí en las salidas de esta situación recurrente. Se trata de desmontar el sistema de reparto y lograr flexibilidad tecnológica. Implica un esfuerzo de todos y a largo plazo para irnos autoeducando, ir reduciendo el parasitismo petrolero y el distribucionismo clientelar. Es esencial que todos vean la realidad de esta trampa en que hemos caído y sus peligros. Ver que el ingreso petrolero (menos de 40$ mensuales por persona para pagar todos los bienes y servicios, incluidos los estatales) no basta, aunque se duplique, para mantenernos a todos ni siquiera a un nivel miserable y que ese ingreso bajará a largo plazo mientras la población crece. Hay que ver que toda dádiva o protección debe dignificarse exigiendo por contrato una contrapartida en producción y capacitación. Hay que acercar el pueblo a los que toman las decisiones, alentando las iniciativas mediante la participación, la información y la descentralización. Recuperar los talentos y capitales emigrados y excluidos dándoles oportunidades de trabajo e inversión. Controlar a la empresa estatal petrolera desde afuera mediante la competencia con otras nacionales y extranjeras. No controlarla lleva al autoritarismo de sus gerentes. Subordinarla al estado para extraer la máxima renta lleva a su degradación en una productora de crudo contratadora de transnacionales. Activar y proteger la economía privada, pero exigir, por contrato, productividad y exportaciones. Integrar las empresas grandes con redes de empresas menores. Comenzar la diversificación de exportaciones sin tener en cuenta las imposiciones del FMI y la OMC [4]. Tomar conciencia de que en el mundo comienza la era del conocimiento [5]. Nuestro futuro dependerá de lo que sepamos en cantidad y calidad. Abandonar la pelea política. Todo debe hacerse sin excluir a nadie. Al país no le sobran recursos humanos y la recuperación requiere de la dedicación, capacitación y acuerdo de todos.
* Profesor en IEAC, Fac. de Ciencias Económicas y Sociales. Universidad de los Andes
[1] Ver los clásicos trabajos de A.Baptista y B.Mommer y J.Mora en Venezuela. El tema del rentismo comienza a reconocerse gracias a los trabajos de Gelb, Auty, Karl, Ross y otros.
[2] B.Mommer: Valores Internacionales y los términos absolutos de intercambio del petróleo venezolano. ULA, Posgrado de Ciencia Política, 1980. Ver esp. Pag. 25 y 55.
[3] Ver nuestro trabajo:Venezuela:Renta Petrolera, Políticas Distribucionistas, Crisis y Posibles Salidas. Grupo Interdisciplinario de Estudios de Venezuela. Mérida 1999, en página WEB citada.
[4] Ver I.Adelman y E.Yeldan: Is this the end of economic development? Hay traducción en la página WEB citada.
[5] Carlota Pérez Technológical Revolutions and Financial Capital. Ed. Edward Elgar, 2003.
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