Pedro Chavez
Con mucho esfuerzo y deseo de superación, vendí mi viejo apartamento, un vehículo y tomé mis ahorros para comprar un nuevo apartamento.
Me enamoré de uno ubicado en un conjunto de varios edificios. La vista: lo mejor de Caracas desde un piso 12. Tres habitaciones. Espacioso salón de fiestas. Hermosas áreas verdes. Piscina. Maletero y dos puestos de estacionamiento. Qué más podía pedir. Lamentablemente el edificio aún estaba en construcción. Pagué la cuota inicial que me solicitaron con la firme promesa del constructor que antes de que terminara el segundo año ya tendría las llaves de mi nueva vivienda. Pasaron los dos años y el apartamento aumentó de precio. Eso no me lo habían dicho. Algo de un IPC que yo no entendía. Que si la inflación, que si los costos de los materiales.
Cosa que a mi no me importaba porque al fin y al cabo yo ya había pagado lo que me exigieron.Pasó un año más y el edificio estaba terminado. Pero el atraso me molestaba demasiado. ¿Porqué no nos entregaban las viviendas? Como yo éramos muchos. El constructor nos indicó que no nos preocupáramos que de los 300 apartamentos ya se habían vendido 150 y que muy pronto nos lo entregarían. YO NO ESTABA DISPUESTO A ESPERAR MAS. Estaba pagando mucho en alquiler y mis tres hijos y mi esposa querían habitar ya ese apartamento. De pronto llegó la solución. El gobierno tomó el conjunto de apartamentos. Los expropió según la nueva ley de expropiación. Bien hecho, bien merecido lo tienen los constructores por irresponsables. Prometen y prometen y aunque los apartamentos ya están listos, no los entregan. La viveza criolla de los oligarcas. Ahora ya no hay acuerdo que valga.
El presidente informó que ahora si iba a ayudar a la clase media. De la cual me siento orgulloso de pertenecer.Luego de unos pocos trámites nos autorizaron entrar a nuestro apartamento. Extrañamente los papeles que nos dieron estaba lejos de parecerse a un título de apartamento. Pero lo importante era agarrar aunque fuera fallo. En el camino se arreglan las cargas. Luego protocolizaré como es debido nuestro hermoso apartamento. Por lo pronto me fijaron una tasa fija a pagar mensualmente, pero ya no se los daré al irresponsable constructor.Con los papeles que nos entregó el gobierno pudimos acceder al edificio. Los militares que lo custodiaban eran muy celosos de aquellos que querían entrar. Que bueno, al fin íbamos a tener seguridad. y sobre todo nadie iba a invadir la casi mitad de apartamentos vacíos que aún quedaban sin vender.No me sorprendió que el edificio no tuviera aún la puerta de entrada principal. Luego nos encargaríamos de eso.
Pero, carajo, lo que de verdad no nos pareció justo fue que los ascensores no funcionaran. O no estaban. Muy tarde después me enteré que el gobierno no había entregado los dólares para la importación de los mismos, a pesar de que se habían solicitado al inicio de la construcción.
Subir 12 pisos fue bastante desagradable, pero bien valía el sacrificio. Sudorosos y con el corazón en la mano entramos a nuestro nuevo hogar. Horror. No había sanitarios, grifería, cocina, puertas internas, no había pisos. Supuse que había energía eléctrica, aunque los circuitos eléctricos aún no habían sido colocados. Como para consolarme bajé a la piscina y quise conocer las áreas verdes. Si allí estaba concluida, pero sin agua. No había bombas. Más tarde me enteré que con ellas había ocurrido lo mismo que con los ascensores, pero la restricción era debida a considerarse un artículo de lujo.
Por supuesto que las áreas verdes eran verdes, pero aquello no parecía más que monte maltrecho medio seco por falta de riego. No me importaba, eso lo arreglaría la Junta de Condominio.
El corazón se me estaba comenzando a poner pequeño en el pecho. Me dirigí a las oficinas improvisadas por el gobierno para la entrega de los apartamentos. Tenía que reclamar aquella situación. A cambio recibí amenazas de expropiación de mi nuevo apartamento. El gobierno no tenía dinero para adecuar ningún apartamento y me mandaron a leer las letras pequeñas del contrato de adjudicación. Ahí comprendí que aquel apartamento era y no era mío. No podía venderlo, ni alquilarlo sin autorización del gobierno. Y al morir no podía ser heredado por mis hijos sino que pasaba directamente al ministerio de la vivienda para ser adjudicado a quien más lo necesitara. Aquello me heló las venas.No quise decirle nada a mi esposa. Resignado decidí arreglar mi apartamento y ponerlo habitable.
Después de 5 meses me mudé con mi familia. Aquellos apartamentos que estaban vacíos ya no lo estaban. Fueron ocupados por personas afectas al gobierno. Uno de los puestos de estacionamiento tuve que cederlo porque no pude demostrar que tenía otro vehículo para ocuparlo. Usaron el mío y uno contiguo y lo cercaron. Allí metieron una familia sin casa. El espectáculo es espantoso y mi auto ya no soporta más rayones de los vecinos indeseables. No hay nadie a quien reclamar.
Una vez lo hice y el "nuevo propietario" de mi puesto de estacionamiento me amenazó con un machete.Los dos primeros meses tuvimos agua, pero al dañarse las bombas fueron desmanteladas y ahora dependemos de los ocupantes de la planta baja que permitan el acceso no sin antes pagarles un peaje por el vital líquido, que por supuesto tenemos que subir doce pisos.Los militares hace tiempo que se fueron.
Sus puestos fueron ocupados por malandros cobradores de peaje. La hermosa garita con baño a la entrada del conjunto residencial fue convertida en un rancho de bloque para una familia afecta al gobierno, quienes diariamente piden colaboración con una bandera roja en la mano. De lo contrario le vacían los cauchos a los vehículos.¿La junta de condominio? No existe.
La intentamos hacer, pero todos se opusieron al pago. Las áreas comunes las limpiamos por turno aquellos que adquirimos legalmente nuestro apartamento. ¿La piscina? La usan para quemar la basura. El cuarto de las bombas fue totalmente desmantelado y convertido en sanitario para quienes invadieron la planta baja.
Planteamos instalar los ascensores pero la mayoría se opuso. De los sitios donde vienen, todos los días tenía que subir muchas escaleras y ya están acostumbrados.
Los fines de semana son insoportables. Los vecinos hacen fiestas desde el viernes en la noche, con sus equipos a todo volumen. Invitan a sus amigos y antiguos vecinos y utilizan las áreas verdes para dejar las botellas vacías, y como sanitarios improvisados. Y lo peor es que no podemos ausentarnos. La última vez que lo hicimos se metieron en nuestro apartamento y se llevaron hasta los sanitarios.
Lo único que funciona es el salón de fiestas, pero la llave la tiene el Consejo Comunal que sólo la suelta para dar charlas de socialismo, a las cuales tenemos que asistir obligatoriamente todos porque pasan lista y si no lo hacemos corremos el riesgo de que nos desalojen, según consta en el contrato firmado.
Hoy recuerdo aquellas declaraciones que ilusionados dimos ante las cámaras de televisión aquel día nefasto de comienzos de noviembre del año 2010, donde decíamos con euforia que por fin el gobierno iba a aplicar mano dura a los constructores inescrupulosos que engañaban a quienes querían adquirir un apartamento.
Yo siempre me preguntaba ¿qué era eso del Socialismo del Siglo XXI? Ahora por fin lo comprendí, pero es demasiado tarde.
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