Hay ideas muertas que caminan entre nosotros. Llámenlas zombies o vampiros, para estar conforme al espíritu de los tiempos y a la programación de HBO, pero no las tomen en serio. Pueden ser más dañinas que los nuevos virus.
La fe ciega en la eficiencia de los mercados pavimentó el camino al infierno que significó el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera en 2008.
La creencia en la racionalidad de los agentes económicos sustentó decisiones idiotas en el ámbito micro y macro.
La realidad nos dice a gritos que los mercados no tienen cerebro ni mano invisible que los corrija.
La vida nos llena de anécdotas que nos recuerdan que algunas veces procesamos datos mejor que una computadora. Otras, ni siquiera somos una manada eficiente.
Un viejo chiste decía que un economista es un experto que mañana sabrá por qué las cosas que predijo ayer no están pasando ahora.
La broma cobra vigencia. Algo está roto en la maquinaria de producción del pensamiento económico convencional. No fue capaz de predecir la mayor crisis desde la Gran Depresión.
Los economistas que basaron sus análisis en las formas más ortodoxas del pensamiento económico contribuyeron al agravamiento de la crisis y no han podido ofrecer respuestas de 24 kilates ante las grandes preguntas que predominan en el escenario postcrisis.
¿Qué hacemos con los ninis? ¿Cómo crecer, generarempleo y distribuir la riqueza? ¿Es posible generar riqueza en gran escala sin destruir el medio ambiente?
No es la primera vez que coincide una crisis económica con una crisis del pensamiento económico.
Esto ya ocurrió en la década de los 30 y entonces aparecieron figuras geniales como John Maynard Keynes y Joseph Alois Schumpeter, un poco después.
Hacia la renovación
Desde 2009 algo se está moviendo. Podemos sentir la efervescencia y ver en los anaqueles un puñado de grandes libros que reflejan esta sensación de incertidumbre y cercanía frente al abismo.
Zombie Economics, de John Quigglin. Todos los demonios están aquí, de Bethany McLean. Fault lines, cómo fracturas ocultas siguen amenazando la economía mundial, de Raghuran Rajan. El fin de los mercados libres, de Ian Bremmer.
No podemos pasar por alto el Instituto para el Nuevo Pensamiento Económico (INET, por sus siglas en inglés).
Se trata de una iniciativa patrocinada por el especulador billonario George Soros, que en 2009 aportó 50 millones de dólares para crear un think tank que aspira a renovar las bases de la teoría económica
.
Entre los miembros del Consejo Asesor están tres premios Nobel de Economía: Joseph Stiglitz, Amartya Sen y James Alexander Mirrlees; dos grandes del periodismo económico: Martin Wolf, delFinancial Times, y Anatole Kaletsky, del Times de Londres.
Además de los economistas en jefe de Citigroup y Nomura y académicos de primer nivel, como Jeffrey Sachs, Carmen Reinhart y Keneth Rogoff.
La primera lista de proyectos patrocinados por el INET está llena de tópicos dignos del Freackonomics o de un artículo de Malcom Gladwell.
Un investigador de Harvard se dedicará tres años a detallar los patrones de la adopción de nuevas tecnologías y sus consecuencias.
Un profesor de la Universidad de Michigan explorará las consecuencias de una crisis de largo plazo en una región específica.
Dos investigadores de la Carnegie Mellon explorarán las causas y consecuencias de los errores en los pronósticos macroeconómicos.
Un trío de profesores se enfocará en explicar cómo funciona el contagio financiero, apoyándose en avances de la medicina, psiquiatría y física.
No hay mexicanos en el INET. Esto es normal. Hemos sido, más bien, una caja de resonancia de lo que produce la versión más ortodoxa de las universidades de EU, como bien describe Sarah Babb, en ‘Proyecto México'.
El haber sido protagonista de algunas de las principales crisis de la segunda mitad del siglo XX no ha bastado para generar grandes reflexiones.
México ha sido paciente y víctima de algunos de las grandes enfermedades económicas del siglo XX y XXI.
El ser elefante no es suficiente para convertirse en profesor de zoología, dijo Vladimir Nabokov. ¿Cómo alegar que, en nuestro caso, no tiene razón?
* El autor es director editorial del periódico El Economista. Comentarios: opinion@expansion.com.mx
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