(cuento infantil)
Cada quien puede escoger la manera de llegar a las delicias de Jauja. Unos vuelan sobre bonos para conseguir dolores, otros negocian petróleo, otros subastan acciones de los fondos de valores. El caso es que, como quiera que se vaya, lo importante es ir contento, porque en el país de Jauja, lo de más es lo de menos: la Constitución no importa y el Derecho es una torta. Y aunque Jauja es un país que nunca alcanza una meta, aparece señalado el más feliz del planeta.
Desde muy lejos se ven las delicias que hay en Jauja: grandes torres de petróleo pintadas con mermelada, donde jartan los glotones de noche y de madrugada. Las milicias venden cerdos, los carniceros pistolas y para conseguir un pollo, todo el mundo hace una cola. En Jauja te pisotean y si protestas por eso, quizá hasta te lleven preso. Jauja es un sitio de paso, sólo para ir a jartar, nadie quiere allí vivir, sólo engordarse y marchar.
Lo más importante en Jauja, es no hacer nada de nada y quedarse tranquilito ante la ruina anunciada. En Jauja el trabajador es dueño de su trabajo, mas por ser poseedor, también resulta expropiado. En Jauja nadie se inquieta, porque todo es un negocio. Lo mejor, no trabajar y vivir siempre del ocio.
En Jauja el hombre decente debe vivir aterrado, mientras feliz el hampón pasea condecorado. En Jauja las autopistas son asfaltadas con huecos; para todo el que pregunte, la culpa es de los adecos.
Es que en el país de Jauja lo de más es lo de menos porque allí los pobladores son tomados por idiotas: si no te expropian de una, te van cerrando por cuotas. Todos callan, disimulan, pues piensan que no les toca y así les llega su turno sin que nadie abra la boca. Este es el país de Jauja, un atajo de la historia, que no va a ninguna parte y que no tiene memoria.
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