febrero 11, 2011

Mubarak renunció, el pueblo eufórico


Hosni Mubarak renunció el viernes como presidente de Egipto, pasando el poder a las fuerzas armadas y terminando con tres décadas de gobierno autocrático, cediendo a la creciente presión de militares y manifestantes que exigían su salida inmediata. 
El vicepresidente Omar Suleiman dijo que un consejo militar se hará cargo de los asuntos de la nación más poblada del mundo árabe. Elecciones presidenciales libres y justas están previstas para septiembre, indicó Reuters. 


Un orador hizo el anuncio en la plaza Tahrir de El Cairo, donde cientos de miles de personas rompieron en lágrimas, celebraron y se abrazaron unos a otros cantando: "El pueblo ha derrocado al régimen". Otros gritaban: "Allahu Akbar (Dios es grande)". 



La caída de Mubarak, de 82 años, después de 18 días de protestas masivas sin precedentes contra su Gobierno, fue un momento de victoria para el poder del pueblo. 



El poderoso Ejército egipcio dio garantías el viernes más temprano de que las reformas democráticas prometidas se cumplirán, pero enojados manifestantes intensificaron el levantamiento contra Mubarak marchando hacia el palacio presidencial y atacando las oficinas de la televisión estatal. 



Las garantías del Ejército fueron un esfuerzo por aliviar la peor crisis en la historia moderna de Egipto, pero también una clara señal de que quería que los manifestantes terminaran la revuelta que ha afectado la economía y sacudido a Oriente Medio. 



Mubarak había prometido solamente que no se presentaría a una reelección en septiembre y que llevaría adelante las reformas hasta ese momento. 



Esto no fue suficiente para muchos cientos de miles de manifestantes que salieron el viernes a la calle en varias ciudades del país árabe más influyente, hartos del alto desempleo, una élite corrupta y la represión policial. 



Un enfrentamiento cada vez más enconado ha elevado temores de violencia en el país, un aliado clave de Estados Unidos en una región rica en petróleo donde la posibilidad de que el desorden se contagie a otros estados sacude a Occidente. 

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