Una avalancha envilecida de terror e infamia se cierne sobre amplios sectores de la vida económica de esta nación. El poder ejercido con furor y saña para cobrar venganzas ciertas o fabuladas en nombre de un pueblo impávido e inocente, sometido a las instancias y triquiñuelas de un Poder Judicial complaciente, pretende ungir a algunos rábulas de nuestro foro más indocto en artífices de la deshonra y el atropello alevoso contra la convivencia libre de algunos de nuestros mejores ciudadanos.
Pocas veces se había propiciado un daño más lesivo y perverso a la sociedad venezolana, al pueblo mismo, como el que se le inflige en los días que transcurren. Con la complicidad abusiva de los recursos de un libre arbitraje de los poderes públicos, en nombre de una ley que no existe se persigue a culpables e inocentes que ejercieron un oficio de tanta proyección colectiva como significa el de aquellos que hacen viable y factible el brindarle techo y abrigo decente a los más urgidos en esta sociedad nuestra, asfixiada de una creciente y vasta marginalidad.
No van estas palabras en defensa de quienes hayan cometido abusos y atropellos ilícitos en los negocios de la construcción de viviendas. Van en resguardo de la reputación y el nombre limpio de muchos de los que hoy enfrentan una persecución implacable, ordenada por una justicia mostrenca que dispara y averigua después, sin importarle ofender y lesionar el nombre recto y esclarecido de quienes han podido en largas ejecutorias de varias décadas, hacer y proyectar una hoja de limpios y encomiables quehaceres en beneficio de la sociedad larense.
Pero con particular dedicación quiere esta mirada de indignación y protesta detenerse en resguardo de un ingeniero insigne perteneciente a las nuevas generaciones venezolanas: me refiero a MARIANO BRICEÑO YEPEZ. No pocos venezolanos conocen su larga, honrosa y fecunda trayectoria. Desde muy tempranas horas de su vocación de hacer y servir, se dedicó con un empeño pocas veces visto o emulado, a transformar el escenario urbanístico de los antiguos parajes de la vieja meseta barquisimetana. A ninguna otra iniciativa creadora debe tanto la transformación modernizadora de las rurales laderas de Cabudare, como a la obra y al trabajo incansable e incesante de Mariano durante varias décadas. Miles de barquisimetanos pertenecientes a una clase media pujante y en pleno ascenso pudieron llegar hasta allí a organizar su vida y su futuro en viviendas confortables y accesibles que Mariano y sus empresas ofrecían con abundancia en la estrechez reducida de estos mercados.
Mientras una sociedad inmensa y creciente de varios millones de almas, se resiente y se frustra al no encontrar amparo ni refugio, Mariano le ofreció durante muchos años a miles de familias venezolanas, una vivienda digna para su resguardo y su reposo. Y por ello su persecución arbitraria e injusta la sentirán muchos que en el pasado con él encontraron un techo decoroso y otros no menos numerosos que en los días futuros no encontrarán donde vivir, para liberarse de una indigna ranchería. Y su ausencia la deploraran también aquellos que no podrán toparse con otro Mariano Briceño que con su misma eficacia, su riesgosa iniciativa y su diligente prontitud, le tienda su mano laboriosa al cuidado de tantos venezolanos postrados en el desamparo de insalubres covachas.
Mientras la desocupación, el desempleo y la desinversión agobian hoy a un inmenso contingente de venezolanos, la persecución de hombres como Mariano, traerá incertidumbre y desasosiego para los miles que trabajaban en sus empresas y para muchos más que bien podía su empuje y su coraje de gran empresario, dispensarle oportunidades de empleo dignificante. Procediendo de manera tan injusta y arbitraria estamos construyendo el modo más expedito y eficaz de sembrar indigencia, retraso y sumisión social.
Las secuelas de esta afanosa persecución del poder judicial contra empresarios honestos y forjadores de bienestar y riqueza social como Mariano Briceño, se expresan en la más certera de las estrategias para condenar sumisamente a la sociedad venezolana en el foso insalvable de una secular pobreza. Creer ingenuamente que la gerencia venezolana de la empresa de la construcción o de cualquiera otra actividad, se sustituirá por destrezas importadas de otros mundos distintos y extraños a nuestro medio, configura además de una ingenuidad, el compromiso con un desatino inexcusable. Un país que agobia a sus propios empresarios no encontrará en ninguna parte una gerencia importada que la sustituya. Y si consigue audiencia de presuntos interesados en China, Cuba o Ucrania, no vendrán esos angelicales inversionistas a aportar riesgos o recursos propios. Vendrán con seguridad a usufructuar prebendas y regalías que un estado desesperado se obliga a dispensar, agobiado por sus frustraciones e impotencias en enfrentar con acierto la tragedia de una Venezuela que se quedará sin viviendas para toda la vida.
Esta apelación no esta solamente comprometida con un alegato personal frente a la agobiante incertidumbre y la amenaza inmerecida que padece una familia entrañable. Pretende al mismo tiempo intervenir, tal vez con descarada ingenuidad, para ofrecer en la dimensión colectiva que el asunto comporta, la ocasión para traer algunas advertencias que ayuden a los personeros públicos que tengan obligado oficio en conocer del asunto, con alguna luz orientadora que ojala pueda iluminar el camino para una oportuna y provechosa rectificación.
Téngase presente que no pocas veces los pretendidos daños contra una persona y más cuando ella cumple funciones que repercuten de manera inequívoca en el concurso del bienestar colectivo, se suelen tornar en la más fácil, la más expedita pero al propio tiempo la más eficaz manera de causar menoscabo y detrimento irredimible en el destino de un gobierno y de una sociedad. En esta parada inconsulta lo más perjudicados en su reputación y en su nombre no serán precisamente aquellos que se pretendió lesionar y perseguir. La culpa imborrable que siempre dicta la conciencia colectiva recaerá sobre quienes con el usufructo de la extorsión, buscaron su escondite y su perversa complicidad en los recovecos de una justicia que siempre actúa con los ojos abiertos. De ese modo puede asegurarse que la sórdida y envilecida arbitrariedad, perturbe y conmueva sin compasión al rostro perplejo de una familia decorosa, injusta y temerariamente sorprendida en su absoluta inocencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario