La demagogia. Es una práctica realizadas por ciertos individuos que utilizando ofertas incumplibles y halagos a los sentimientos elementales de las personas, buscan conseguir o mantenerse en el poder. También se considera como demagogia los planteamientos que permiten atraer hacia los intereses propios las decisiones de los demás (sobre todo de hombres y mujeres llanas) utilizando engaños o argumentos aparentemente válidos… Un demagogo es fácil de detectar. Porque utiliza con frecuencia: el elogio artificial, falsos dilemas, aseveraciones dudosas para que alguien sea visto de una manera negativa, el embrollo para causar despistes, presenta información incompleta, utiliza eufemismos, se vale de falacias y se auto- crea aureolas que no tiene. La historia reciente da cuenta, por ejemplo, de demagogos que se hacen llamar licenciado o doctor, sin serlo. Sienten que eso los engrandece. El demagogo, además, utiliza en sus diversas intervenciones conceptos imprecisos: “el mejor deseo”, “la mayor satisfacción”, “el cambio”, “la alegría”, “la seguridad”, “la justicia”, “la paz”, (ver Wikipedia)… Al demagogo le encanta los aplausos. Porque los aplausos le dan bríos, lo envalentonan, lo fortifican. Por eso es capaz de decir lo que sea con el fin de arrancar aplausos a la audiencia. Cuando no tiene algo valioso que produzca aplausos recurre a ciertos artilugios, como por ejemplo, pedir que se pongan de pie para aplaudir a alguien presente o ausente que sea significante y merezca reconocimientos, y esos aplausos se los acredita como propios y le permiten crear un clima para hacer creer que esos aplausos indirectamente son para él. Decía Ortega y Gasset en La rebelión de las masas “Cuando veo que hacia un hombre o grupo se dirige fácil e insistente el aplauso, surge en mi la vehemente sospecha de que en ese hombre o en ese grupo, tal vez junto a dotes excelentes, hay algo sobremanera impuro”… El demagogo es polarizador. Cuando se trata de fijar posiciones presenta las cosas en términos dilemáticos, y cualquier situación las ve bajo dos opciones posibles “estas conmigo o contra mí”; por ello, le gusta entubar las decisiones. Nos dice Ortega y Gasset “La demagogia esencial del demagogo está dentro de su mente y radica en su irresponsabilidad ante las ideas mismas que maneja (…)”… Es duro para una institución o nación caer en manos de un demagogo. Le echa garras, la exprime y no la quiere soltar. Bien lo decía Ortega y Gasset “Es, en efecto, muy difícil una civilización cuando les ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demagogos han sido los grandes estranguladores de civilizaciones”… Los gobiernos deben ser de leyes más que de hombres. Los demagogos creen lo contrario; y por ello, como demagogos que son, siempre vociferan ser respetuosos de las normas y de las leyes que regulan las instituciones; no obstante, antes situaciones que no les favorecen, violan sin desparpajo la norma establecida o la interpretan y aplican “a media” para alcanzar sus objetivos… Así como suben, caen. Al principio, aprovechando la buena fe y la ingenuidad de la gente común, con extrema facilidad el demagogo logra ponerlos de acuerdo para combatir o denostar a alguien, porque la gente ingenua suele ponerse de acuerdo fácilmente en cuestiones tontas. Pero con el tiempo sus actuaciones se hacen sospechosas. Y entonces el demagogo empieza a sufrir derrota tras derrota, y en su afán de protagonismo echa mano a cualquier tipo de recurso y se aleja cada vez más de lo ético, empieza a dar saltos inexplicables, a mentir descaradamente, y comienza a profundizar sus viejas tácticas: se torna protector, perfecciona los falsos elogios, y ustedes ya saben lo demás. Menos mal que personajes como estos no existen por aquí, existen por allá, bien lejos, y no en Venezuela y en ninguna de nuestras instituciones gremiales…
Miguel Muñoz
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