Sin lugar a dudas una de las grandes conquistas culturales y civilizatorias permanentemente amenazadas y que al mismo tiempo se han convertido en un mito alimentado y manipulado por los poderes del mundo. La palabra inocua o vacía, sin riesgo y sin impulsar a la acción tiende a ser tolerada y permitida inclusive en gobiernos dictatoriales y totalitarios. En cambio la palabra que promueve la acción y propaga libertades es fuertemente reprimida y sancionada inclusive en gobiernos pretendidamente democráticos. La libertad nunca la garantiza el poder de cualquier signo o naturaleza, es la propia sociedad y en particular la sociedad abierta quien la practica, propicia y protege a través de constituciones y leyes e instituciones. Decía Lessing, habitante “del país más esclavista de Europa que se les permitía ofrecerle al público tantas necedades contra la religión como quisieran, pero era imposible alzar la voz por los derechos de los súbditos...contra la extorsión y el despotismo.” (Lessing «1729-1781» citado por Hannah Arendt). Es un poco lo que pasa en sociedades cerradas o despóticas en donde la autocensura y la amenaza y el temor terminan domesticando a los “opinantes” y su lenguaje se desencarna y se vuelve a-político y a-histórico es decir, inocuo e inofensivo. En estas condiciones nos está vedada la verdad en su simplicidad movilizadora, podemos opinar, hasta denunciar pero no podemos movilizar, de allí la importancia de acompañar la libertad de pensamiento y expresión con la acción organizada en un ejercicio pleno de ciudadanía y libertad y entendiendo que no se puede proteger una libertad sino protegemos todas las libertades. Craso error cuando cada sector de la sociedad sólo reacciona en defensa de la libertad o el derecho más afín a sus intereses amenazado o conculcado como por ejemplo; sólo se defiende el derecho de propiedad y de comercio o la autonomía universitaria o la libertad de expresión o los derechos políticos y sindicales es decir, cuando cada sector se moviliza sólo por sus intereses específicos olvidando la lección fundamental que todos los principios y valores en términos históricos son absolutos y de allí el imperativo de que si no protegemos todas las libertades terminamos no protegiendo a ninguna libertad.
Ángel Lombardi
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