diciembre 04, 2010

China está tan cerca de USA y tan lejos (aún) de ser superpotencia global.

 China ha pasado en la década que está a punto de culminar de ser la Gran Factoría Mundial al Gran Poder global capaz de coquetear con el trono hegemónico de Estados Unidos en el mundo. El régimen de Pekín se ha convertido, en apenas diez años, en la segunda economía mundial.
Pekín es la segunda economía mundial, con un PIB que excederá de los 5,3 billones de dólares al finalizar este ejercicio y que acaba de superar, en agosto pasado, al de Japón.
Mientras mantiene en su curriculum vitae su condición de mayor Ejército del planeta, con más de 2,3 millones de efectivos y unos gastos militares equivalentes al 4,3% de su fulgurante PIB, se consolida como potencia nuclear y, más recientemente, espacial, y exhibe otro de sus grandes logros presentes, el de gran inversor internacional desde el estallido de la crisis financiera actual. Un reciente estatus que le confiere poder de compra a mansalva de deuda soberana de economías industrializadas, con el colchón de seguridad que le otorga la enorme reserva de divisas en poder de su banco central -2,6 billones de dólares, el doble del tamaño del PIB español- con previsiones de que sobrepase los 3 billones a la conclusión de 2011.
Sin embargo, y pese a esta incuestionable carta de presentación, ¿está la República Popular China en disposición de discutir la hegemonía estadounidense en el orden económico, militar, tecnológico y geoestratégico y acabar con el mundo unipolar que se generó tras la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética? Esta cuestión, muy de moda en los círculos de debate e investigación de numerosos think-tanks en los últimos meses -en especial, durante las semanas iniciales de este otoño, en las que se declaró la guerra de divisas, un duelo en el que acostumbran a citarse Washington y Pekín, sin consenso aparente- revela también zonas de sombra en la declaración de intenciones china para el desempeño de un papel relevante en el nuevo orden mundial. Dando por sentado que la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, abrió irremediablemente un nuevo tablero de ajedrez en el que se dirimirán los próximos asuntos geoestratégicos del planeta.
Brechas económicas
En materia económica, el músculo de la riqueza china esconde algunos síntomas de anorexia en su estructura productiva. Kim Eng Tan, analista de Standard & Poor’s en Singapur, describe “sustanciales diferencias” al comparar la economía china con otras del top ten mundial. En esencia, en renta per capita, en su significativa dependencia energética y de su sector exportador y en su alarmante incapacidad para generar “valor tecnológico, investigador y de propiedad intelectual”. A juicio de Eng Tan, el exultante  ritmo de crecimiento del PIB chino -el consenso del mercado prevé un alza del 9,8% este año y del 9% en 2011, en línea con sus registros próximos o ligeramente superiores a los dobles dígitos del último decenio y medio- “se verá interrumpido a medida que la brecha de riqueza personal respecto a las naciones industrializadas se vaya corrigiendo”.
Un fenómeno sobre el que las autoridades de Pekín están obligadas a actuar para, entre otros aspectos, elevar la eficiencia de sus inversiones y eliminar distorsiones de tal envergadura como la excesiva influencia del Estado, la sobrecapacidad de algunas industrias y la desorbitada inyección de liquidez en el plano doméstico. Todas ellas, anomalías que pueden provocar un brusco aterrizaje y encender la mecha de las revueltas sociales en el país más poblado del planeta.
Para Eng Tan el gran obstáculo para la creación de un G-2 -encuentros tez a tez entre China y EEUU para resolver los problemas globales- que muchos observadores auguraban a medio plazo, es el mercado interior de la Gran Factoría Mundial. Porque sus servicios, su agricultura, su industria manufacturera, sus sectores inmobiliario y de la construcción “han enmascarado, en gran parte, las presiones inflacionistas y la eficiencia real” de la mayor economía asiática. De hecho, la mayor parte de los analistas privados admiten la existencia de una burbuja inmobiliaria, pese a que en octubre los precios de las viviendas en setenta ciudades del país aumentaran un 8,6%, su nivel más bajo en diez meses, por la subida de tipos decretada por el banco central para atajar una inflación que, según los expertos, podría superar el 6% en los próximos meses.
Déficit tecnológico e inversor
A ello añade sus escasos avances en I+D. Una carencia que esconde bajos ratios de productividad industrial. “A pesar de que este segmento aporta la mitad de las mastodónticas ventas al exterior del país -acaba de marcar un superávit bilateral con EEUU de 201.000 millones de dólares en lo que va de año-, apenas representan el 10% del valor añadido total de las mismas”, aclara el analista de S&P, que pone un ejemplo revelador: la producción de iPhone que Apple tiene en la provincia sureña de Guangdong podría albergar también las actividades de desarrollo tecnológico y marketing, pero la multinacional prefiere mantener la mayor parte de estas divisiones estratégicas en EEUU y beneficiarse de los incentivos fiscales de los gobiernos locales al considerar su negocio de propiedad extranjera.
De ahí que la mayor parte de las compras inversoras se focalicen en adquisiciones de propiedades energéticas -para paliar su especial dependencia- en latitudes como América Latina, donde el comercio de productos made in China se ha multiplicado por diez en esta década, hasta ser el segundo socio comercial, tras Estados Unidos, de esta área, y sus flujos de capital sólo a lo largo de este ejercicio casi totalizan los 22.000 millones de euros depositados en el último lustro. O en África, donde la mano invisible de las inversiones chinas se aprecia en países con tensas relaciones con la Casa Blanca, como Sudán, pero también en grandes mercados con vínculos occidentales como Sudáfrica.
Sin embargo, el capital chino en el sector privado exterior apenas supone el 6% del total. Su táctica, hasta ahora, ha sido comprar materias primas, conseguir know-how tecnológico y ganar nuevos mercados. Pero sin acceder a compañías de sectores estratégicos, que ven en el capital estatal chino una amenaza en vez de un potencial aliado.
Pedro Nueno, presidente de China Europe Internacional Business School, asegura en un reciente artículo para la newsletter de la consultora InterChina que “la mayoría de las firmas chinas con vocación exterior deben desarrollar aún planes estratégicos precisos que les conduzcan a ser líderes globales”. En su opinión, estas tácticas implican cambios en su propia estructura, formación adecuada, políticas de adquisiciones acertadas y compromisos reales” con sus respectivas áreas de negocio. Del mismo modo -aclara- que lo hicieron las empresas americanas en los sesenta, las europeas en los setenta y las japonesas en los ochenta, cuando lograron su condición de multinacionales.
Táctica oficial en el exterior
Aun así, el Gobierno chino no ha tirado de improvisación. Acertada o no, la salida al exterior del enorme excedente de capital chino “se ha encauzado a través de varios canales de propagación”, explica Eduardo Morcillo, director en España de InterChina, firma que asesora al 70% del capital privado español que invierte en China. En concreto, cuatro. Por un lado, una táctica política de concesión del estatus de país amigo. Una especie de Gran Hermano que se presenta para ayudar a replicar el milagro chino, con independencia de si la citada nación tiene gobiernos de izquierda, de derecha o de centro, de si es una democracia o una dictadura. “Todo, en beneficio mutuo”, explica.
El segundo cauce consiste -según Morcillo- en financiar todo tipo de grandes obras de infraestructuras a través de los bancos estatales chinos y su política de concesión de créditos blandos, pero especialmente estratégicas, como puertos, autopistas, aeropuertos o instalaciones energéticas. El tercer canal es el de penetración en los sectores de materias primas, petroquímico y agroalimentario, a través de procesos de fusión y adquisición, con toma directa, o posterior, del control accionarial, hasta convertirse en el primer cliente de la firma. Y, finalmente, cerrando acuerdos comerciales, especialmente con países en desarrollo, al margen de ciertas reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y con gratificaciones a mercados fructíferos para sus intereses como ventas masivas de armas.
Esta lectura del responsable de InterChina en España tiene varios botones de muestra. Sobre todo dos. Por un lado, la rápida firma de acuerdos comerciales con gran parte de países de América Latina y África -que se completaría con numerosos procesos de negociación abierta en estos momentos- y, por otro, la doble condición de China de nación receptora de fondos al desarrollo de economías industrializadas e instituciones multilaterales, y de donante de ayuda financiera a cambio de comercio e inversiones.
Ausencia de Estado de Bienestar
Sarah Huelser, experta en mercados emergentes de Deutsche Bank, también añade otro escollo: el enorme retraso en la creación de un Estado de Bienestar. Y, en especial, la “necesaria reforma del sistema sanitario chino”, una reforma estructural de calado para “sostener su crecimiento de manera más equilibrada en el futuro”. En este terreno, el déficit es palpable: “Mientras los gastos de los socios de la OCDE y del resto de miembros del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) oscila entre un 8% y un 11% del PIB, en China está por debajo del 5%”. Y los avances deberían ser acuciantes en una nación en el que el fenómeno del envejecimiento es ya palpable y en donde persiste la política de un hijo por pareja. Huelser, además, cree que este desafío no es una Caja de Pandora.
Además de los truenos que supone afrontar un reto de tal dimensión hacia 1.300 millones de personas, también puede encerrar zonas con horizonte despejado hacia la declarada transición que el régimen de Pekín ha iniciado para cambiar la estrategia de crecimiento: desde el sector exterior a la demanda interna. “Por cada incremento adicional del gasto estatal del 1% en pensiones, Sanidad y Educación se producirán aumentos del 1,25% del PIB en los ratios de consumo familiar”, explica aludiendo a un Working Paper del FMI.
En este contexto es en el que se produce la política de contención del valor del rinminbi, incluso después del anuncio, en junio pasado, de una mayor banda de fluctuación de la divisa china por parte del banco central: el obligado tránsito hacia una economía con mayor peso de la demanda interna. Objetivo en el que ha fracasado Japón y su década económica perdida pero que Credit Suisse da por hecho en el caso de China al augurar que su consumo pasará de representar el 8% de la demanda global actual al 31% en 2020. O, dicho de otro modo, en términos más de realpolitik, “China sabe exactamente cómo tomar ventajas en el actual sistema económico global”, precisa Junhua Zhang, analista político, en un artículo publicado en el Instituto Europeo de Estudios Asiáticos.
Carencias geoestratégicas
La argumentación de Zhang apunta a que China todavía no puede tener un papel hegemónico global porque debe prestar atención a sus notables problemas domésticos. Pero que, entretanto, entiende el tablero económico y geoestratégico en el que se mueve el mundo actual. Así interpreta este experto, por ejemplo, las disputas de China con Japón sobre las Islas Senkaku, o la más reciente crisis entre las dos Coreas, asunto sobre el que Pekín no ha condenado el ataque de su socio del norte. “Responde a una decisión de intimidación”, de hacer valer su condición de potencia asiática en todos los órdenes. Pero, en especial, exhibiendo su cordón umbilical nuclear con Pyongyang. Es, sin duda, su gran aval geoestratégico en Asia y frente al resto del mundo.
Según datos del Bulletin of the Atomic Scientists, China dispone de un arsenal de 120 misiles balísticos, todos armados con cabezas nucleares. Pero esta  exhibición de fuerza no es sólo cuantitativa. Pekín mantiene un ambicioso plan de renovación tecnológica que supone la retirada gradual de los misiles de medio alcance DF-3A con más de 30 años de servicio. Este programa de modernización busca ganar cuota de movilidad en su arsenal atómico, mayor precisión de los objetivos de las cabezas nucleares y añadir control y seguridad tecnológica a las trayectorias de los misiles. El estudio augura que, para 2015, la mayoría de la fuerza nuclear china será móvil, lo que dificultará su ubicación desde el exterior. Todo un agravio respecto a la decisión de la Casa Blanca de seguir reduciendo el arsenal atómico junto a Rusia, en un nuevo tratado de no proliferación.
Con independencia, pues, de si China logrará superar a Estados Unidos en el orden económico antes o después de 2025 -punto de fricción entre estudios de toda índole- o de si, como concluye un reciente análisis del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, según sus siglas en inglés), “la restauración del equilibrio en los asuntos internacionales llevará aún varios años y no implicará necesariamente el declive de Occidente”, el gigante asiático ha cobrado ventaja frente a sus competidores en los prolegómenos del nuevo orden mundial. Unas normas todavía no escritas pero que reservan un lugar preeminente a los BRIC o grandes mercados emergentes.
Y que, al menos de momento, permiten parodiar la frase con la que Porfirio Díaz, presidente de México en dos mandatos a finales del siglo XIX y principios del XX, quiso sintetizar las complejas relaciones con su vecino del norte: “¡Pobre México! Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. En este caso, para concluir que China está tan cerca de EEUU y tan lejos (aún) de ser superpotencia global.

Cotizalia

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